Al ilustre
escritor don Julio Caro Baroja, especialista en brujería y efectos
paranormales, no le sorprendió en absoluto cuando le conté que la noble Villa
de Guardo arrastraba desde los albores de la Edad Media una tradición de Brujas
profundamente arraigada. No solo en Guardo, si no también en las cercanas
comarcas leonesas y santanderinas.
De todos era
bien conocido que las brujas vivían en las Cuevas de Erro,- arroyuelo que
separa Guardo y la Espina, siendo también el límite entre Palencia y León- y que en las noches de luna llena celebraban
sus bailes enloquecidos en los Campos de Cansoles de Guardo, muy cercanos a las
Cuevas y al arroyuelo del Erro.
Estos campos,
eran paso obligado para los feriantes de ganado, artesanos y buhoneros que
llevaban sus mercancías a los cercanos mercados de León.
Por esto, más
de un arriero aseguraba despavorido haberlas visto bailar.
Así pasaban
los años, con las brujas bien presentes, hasta tal punto que, si en una familia
una niña salía “resabida”, se decía con toda naturalidad “ésta es más bruja que
más que bailan en Cansoles”.
Pero sucedió
algo que se extendió rápidamente, dando lugar a una leyenda que yo resucito
para mis amables lectores.
Tal vez hayan
pasado más de 300 años, cuando nuestro querido Monte Corcos era un vergel,
lleno de frondosos y valiosos robles, salpicado de hermosas camperas con verdes
y abundantes pastos que los ganaderos aprovechaban para su cabaña, adornado y
perfumado por espinos blancos, escoba amarilla, además de manzanos y cerezos
silvestres, y coronado por preciosos acebos, donde se cobijaba el faisán, que
en los amaneceres daba la serenata a su amada, donde las abundantes ardillas
jugaban de rama en rama, donde los jabalíes paseaban a sus rayones buscando la
sabrosa bellota, donde, en las noches de otoño, se oía el imponente berrido del
venado juntando a su harén y el lobo, de lejos, aullaba.
Era, en fin,
cuando nuestro querido Monte Corcos no tenía horadadas sus entrañas, ni rota y
arrugada su piel.
En aquel
entonces, Guardo se acurrucaba alrededor de su Castillo, en el soleado Barrio
de las Ollas –hoy Barrio de la Fuente- llamado así porque allí residían expertos
artesanos del barro que fabricaban toda clase de vasijas que luego cubrían con
bellos baños verdes y bermejos, tal vez heredados de sus antepasados árabes.
La agricultura
era escasa, por esto los artesanos ayudaban su economía con un pequeño rebaño de
cabras y ovejas, ya que los pastos eran abundantes.
Y fue
precisamente que en una familia de estos artesanos vivía con sus padres una
hermosa zagala, joven y alegre, a quién encomendaron el cuidado de su pequeño
rebaño.
La niña
obedecía gustosa, y todas las mañanas, ayudada por su noble mastín leonés,
conducía su rebaño a los verdes pastos. Por la tarde, siempre contenta,
regresaba y guardaba su rebaño en el aprisco.
Por aquellos
días, en el pueblo se hablaba insistentemente de las Brujas. Varios vecinos aseguraban haberlas visto
recogiendo hierbas con las que preparaban sus brebajes, pues corría la segunda
quincena de Julio, que era cuando las hierbas estaban en sazón. Los pastores que dormían en el corral de la
cabaña cercano a Cansoles aseguraban oír por las noches horribles algarabías y
gritos.
Así que los
padres de la joven pastorcilla la repetían una y otra vez -“Prudencia”.
La niña oía
con respeto las advertencias de sus padres, pensando que eso de las brujas era
un cuento.
La mañana de
aquel dieciséis de Julio amaneció brillante y perfumada, un poco fresca, pero
el brillante sol anunciaba que iba a calentar con fuerza.
Así que la
zagala llamó a su noble mastín para que la ayudara a sacar su rebaño. Cruzó el
Barrio de las Ollas y se dirigió al puente de piedra, para llevar su rebaño a
los pastos de la Serna. Allí, el río Carrión formaba un recodo tranquilo en el
que ella se bañó, lavó su ropa y peinó sus hermosas trenzas. Además, los pastos
eran verdes y abundantes y los frondosos robles aseguraban fresca sombra a su
rebaño. Hasta allí llegaba el suave perfume de la jara y las rosas silvestres.
No había nada
extraño, pues su mastín la habría advertido. Todo estaba tranquilo.
Miró su zurrón
y comió como de costumbre lo que su madre la había preparado. Se levantó para
observar a su rebaño que había subido un poco más arriba para buscar la sombra
de los robustos robles, pues el calor apretaba.
Recogió sus
cosas y se decidió a seguir a su rebaño. Su mastín la esperaba y juntos
subieron hasta la fuente de la Albariza, donde bebió de su fresca agua. El
fuerte olor a sauco y manzanilla la envolvieron en un dulce sopor y poco a poco
se quedó dormida.
No supo el
tiempo que pasó hasta que la despertó una infernal legión de brujas que, con
horribles gritos, la arrastraban hasta los cercanos Campos de Cansoles, donde
la desnudaron para ofrecérsela como sabroso bocado a su macabro señor, un
horrible macho cabrío con ojos de fuego que presidía aquel nefasto aquelarre.
La infeliz
zagala, apunto del desmayo, sacó fuerzas como pudo y clamó:
–“Santísima
Virgen, Sálvame”.
Oyó un trueno
espantoso, seguido de un brillante rayo en cuyo lomo viajaba una hermosísima
Señora que, sonriendo, la ofreció un manto para que cubriera su desnudez. La
niña tendió sus brazos, pero no supo más, dulcemente se desmayó.
Todo el pueblo
de Guardo se movilizó para buscar a la chica. Nadie dudó que se trataba de las
Brujas y se dirigieron a los Campos de Cansoles, donde la encontraron rodeada
de su rebaño. Su fiel mastín la protegía. Estaba viva, desnuda pero cubierta
por un fastuoso manto marrón. Todos los campos estaban quemados y un fuerte
olor a chamusquina lo invadía todo.
Pero de las
Brujas, ni rastro.
Cuando la niña
les pudo narrar lo sucedido nadie dudó que la Virgen del Carmen la había
salvado.
Marcaron con
piedras el lugar donde hallaron a la zagala y construyeron en él una ermita
donde, hasta nuestro días, Guardo y su comarca venera todos los dieciséis de
Julio a la Santísima Virgen del Carmen y a su Divino hijo el Santísimo Cristo
del Amparo.
El ilustre
escritor don Julio Caro Baroja tuvo la amabilidad de contestarme. Me aclaró
que, cuando la Inquisición pegaba fuerte en Galicia, las Brujas buscaron la
protección de estos alejados bosques, donde abundaban toda clase de hierbas
medicinales que ellas manejaban con destreza para preparar sus bebedizas.
Bueno Bueno Muy bueno
ResponderEliminarMe encantó! Las Brujas de Cansoles!
ResponderEliminarMe ha gustado la descripción...vaya con las brujas, queda alguna en Guardo...?
ResponderEliminarEs una leyenda muy arraigada. la conozco desde siempre
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